viernes, 1 de mayo de 2015

Dicen que el ser humano es dependiente por naturaleza. Dependiente del medio, de su entorno y de las condiciones climáticas. Somos dependientes de si llueve o no para ponernos un vestido sin medias, dependientes de cómo esté de caliente el café por la mañana, de la música que nos pongan en la radio, del pie con el que nos levantemos y de perder un bus.
Nos condiciona la intensidad del wifi en cada zona, la sonrisa con la que nos atiendan en el super, los días que quedan para las vacaciones, y que se haya acabado el chocolate. 
Yo, por depender, reconozco que dependo de casi todo. No puedo evitar que me alegren los días con sol y no los lluviosos, ni pensar que lo malo es un poquito menos malo con tarta de chocolate, ni que el sonido de la lluvia por las noches me relaje, ni que los olores me recuerden a personas, ni que sentirme querida me haga sentir bien. 
Pero hay algo de lo que realmente dependemos, y es de nosotros mismos. Por eso, nunca deberíamos depender de otro; de si alguien se queda o se va, de si te quieren o no te quieren, de si alguien te llama, o si no lo hace. 
Cásate contigo mismo, y luego, si te apetece, ya te casarás con otro.

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